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Sonrió y pensó que luego le pediría a su madre que le hiciera una fotografía con el gnomo.

De repente, se percató de algo en lo que no había caído hasta el momento. El interior de la casa estaba a oscuras, lo que se le antojó extraño. No le parecía lógico mostrar una casa que pretendías vender sin iluminarla. Se pierden todo tipo de detalles. Tal vez la tormenta había cortado el suministro eléctrico; seguramente sería eso.

Chapoteó sobre la hierba para tratar de acceder por la puerta trasera. Quería avisar a su madre de que estaba allí y pedirle que le dejara resguardarse del aguacero. El incesante sonido de la lluvia no le permitía escuchar voces procedentes del interior que le sirvieran de guía. Llegó hasta una ventana lateral, apoyó el bastón del paraguas en su clavícula y se puso de puntillas para sostenerse con la yema de los dedos en el alféizar.

El semblante de Melissa se tornó glacial.

El cuerpo de su madre se contoneaba apresado por unos brazos masculinos, rudos, que la envolvían con deseo bajo unas sábanas blancas, que se deslizaron por la espalda de la mujer, dejando al desnudo sus pechos. La silueta de los dos cuerpos se recortaba a la luz de unas velas, cuyas llamas bailaban al compás de los movimientos pélvicos de ella, provocando gestos de excitación en la figura masculina. Melissa veía cómo sus manos acariciaban los pechos de su madre con amarga dulzura. Unas manos que no eran las de su padre.

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