Читать книгу Desconocida Buenos Aires. Pulperías y bodegones онлайн

30 страница из 42

El boliche es amplio, cómodo, como suelen serlo, de grandes dimensiones, sobra espacio. Un mostrador brillante, de madera, lo recorre casi en su totalidad. Las estanterías alcanzan el techo, las decoran botellas añejas, las más antiguas se ubican en lo alto, cerca del cielo. En el Olimpo, las etiquetas de cinco décadas hasta la actualidad bajan. El orden de precedencia es natural. Es posible entender la cultura rural a través de estos detalles. Fideos, yerba, galletitas, pan y fiambre completan la decoración. Algo atrae al curioso: la venta de alfajores con sabor a vodka y a fernet.

Una mesa de pool y un metegol son las plataformas de juego del boliche. Una mesa tiene naipes y porotos, mus o truco, el menú adicional. Una cancha de bochas ubica los puntos cardinales de la diversión. No hay señal telefónica, ni datos, internet es un invento que no ha llegado al Beladrich.

“Si me piden, hago comidas”, aclara Matías. Asado, lechón, cordero. El menú es nacional, y el de costumbre. La felicidad se completa con el encuentro. Cosas simples: carne, fuego, una tabla con salame y queso, vino de mesa y soda. “Me gustaría poder recuperar los bailes de antes”, confiesa Matías. A pocos metros del almacén, está el Club Universal, un edificio que tiene el diseño propio de aquellos centenarios, una platea exterior con mosaicos, para asegurar una pista de baile al aire libre y un interior soñado, del techo cuelgan cientos de banderines de colores, y un escenario, todo de pinotea. “Se llenaba de gente”, recuerda Matías.

Правообладателям