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Conduce durante lo que parecen horas. Enciendo la radio en busca de una distracción y una canción pegadiza comienza a sonar por los altavoces. Enseguida reconozco la voz de Alex cantando «Mil y una veces». Finn cambia rápidamente de emisora.

Aparcamos junto a una cafetería en la que nunca antes había estado. No he comido desde anoche, así que estoy famélica. Ahora que la aspirina ha hecho efecto, no me duele la cabeza. Cuando nos bajamos de la camioneta, Finn echa el seguro y me guía al interior. Huele tan bien que me rugen las tripas. Nos sentamos en una mesa escondida en un rincón y ojeamos la carta en silencio hasta que se acerca el camarero. Es un chico con el pelo castaño que no tendrá más de veinte años. Me dispongo a pedir primero, pero no me está mirando.

Su atención está centrada exclusivamente en Finn, que todavía no se decide. Se aclara la garganta, nervioso.

—Tío, espero que no te moleste, pero me encanta vuestra música. Llevo mucho escuchándoos.

Finn alza la mirada, sorprendido, pero se recompone enseguida y sonríe. Le da las gracias y bromean cuando el chico le cuenta que le dedicó «Mil y una veces» a su actual novia para declararse. Aunque no se conocen de nada, Finn se muestra cercano con él, como si fueran amigos desde hace años. Todavía no he salido de mi asombro cuando me dan un teléfono para que saque una foto. Hago varias por si acaso y después se lo devuelvo al camarero, que, emocionado, nos lo agradece. Finalmente, apunta nuestra comanda y se marcha sin dejar de sonreír.

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