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Estoy a punto de escupir el café. Demasiada información de golpe. Abro los ojos de par en par y Finnvuelve a reírse.

—Júrame que no me estás tomando el pelo —exclamo en un susurro. No responde, así que me dejo llevar por la emoción—. ¡Eso es increíble! Todo es increíble. Dios santo, Finn, ahora sí quiero que me firmes un autógrafo.

Que perdiésemos el contacto no significa que no me sienta orgullosa de ellos. Hace dos años estaban tocando el «Himno de la alegría» en el sótano del instituto sin coordinación y dentro de nada podrían firmar con una discográfica. Viví con ellos su primer concierto, escuché los acordes de su primera canción antes que nadie y celebramos juntos el primer medio millón de reproducciones que «Mil y una veces» obtuvo en YouTube. Siempre supe que llegarían lejos y ahora están a las puertas de algo grande.

Sé que conseguirán todo lo que se propongan y me alegro inmensamente por ellos, aunque no haya estado ahí para verlos crecer.

Mi sonrisa decae con lentitud. Puede que hayamos pensado en lo mismo, porque de pronto él también parece incómodo. Se aclara la garganta y busca una forma de continuar la conversación.

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