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Madre e hijo se miraron entre sí. No supieron cómo reaccionar debido al entorno sorpresivo del momento.

—¿Y eso? —preguntó Edit, alarmada.

—También podría ser el norte. Pero me han comentado que la diferencia en la meteorología es abismal. Y creo que estamos cansados de lluvias, nieve, frío y mal tiempo, ¿no es así?

David se levantó de su asiento, dejó el texto que estaba leyendo encima de una pequeña mesita y comentó:

—Me voy a jugar al patio. Lo que decidáis estará bien.

—Pero ¿qué te parece, hijo? —preguntó Edit—. Ya sabes que papá solo desea lo mejor para todos.

—¡Tengo trece años, mamá! Y cualquier cosa que pueda decir siempre estará por debajo de vuestras sapiencias. Además, imagino que papá habrá estudiado todos los pormenores al milímetro, ¿no es así?

—Así es —respondió Daniel con asentimiento.

—Pues nada. Me voy al patio, que todavía quedan un par de horitas de juego.

—¡Abrígate! —recomendó Edit.

—Adiós.

La salida de David conllevó un silencio sepulcral. Ninguno de ellos se atrevía a hablar en virtud de la proyección fraterna que ambos tenían sobre su hijo. Era lo primero para ambos y así se manifestaba en todos y cada uno de sus pareceres. El bienestar del niño, ya adolescente, se concretaba en la parte fundamental de sus vidas, y su futuro y ventura eran lo básico y primordial.

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