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—Sí, de acuerdo. Pero en vista del entorno y de un posible escape hacia otros países, la normativa de los alemanes solo la hemos cumplido en parte. Se entregaron una serie de bienes, pero también oculté lo más valioso y especial.

Una vez más, Edit miró a su esposo con estupor.

—¿A qué te refieres con exactitud? —preguntó, curiosa.

—Bueno, ya sabes que la exploración que hicieron en la tienda fue más que un sondeo. Tienda de judío, objetos de regalo y algo de joyería les daban pábulo para entender que el negocio principal era el de prestamista. Y hasta cierto punto acertaron, aunque lo que no pudieron descifrar es que, como cooperativista de créditos, los réditos que obtenía de los grandes asuntos los cobraba en diamantes en bruto.

Cada palabra, cada gesto, cada mohín de Daniel dejaban una desolada máscara de estupefacción en su sorprendida esposa, y más teniendo la certeza absoluta de saber hacia dónde se dirigía la conclusión del final de aquella reflexión, que parecía ser muy meditada.

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