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A la mujer se le escapó una carcajada, aunque en esta ocasión no sobrepasó los límites del vecindario.

—¿Estás pensando lo que creo que estás pensando?

—Sí, por supuesto. Es el lugar más seguro y está claro que en esa zona y fase cíclica femenina nadie osará pensar, más allá de la realidad que se soporta.

—Observo que en esta ocasión has desarrollado con fuerza tu frase favorita, ¿eh?

—¿A qué te refieres? —inquirió Daniel, molesto.

—Aquello de que de vez en cuando hay que reflexionar en la vida. Opino que esta vez has calado muy hondo. Pero lo cierto es que no me parece una idea descabellada —hizo una pausa—, siempre y cuando pueda soportar el peso y el volumen sea admisible. —Dejó la frase en suspenso, con una sonrisa cómplice—. ¿Es mucho?

—No, no. No lo sé con exactitud, pero trataré de enterarme mañana. Lo comentaré con Menajem; su joyería es de las mejores de la ciudad y mantenemos una excelente relación —afirmó.

—¿De qué tamaño son?

—Más o menos un poco más grandes que los cacahuetes, pero no te preocupes. Y si te parece, podemos tratar de hacer alguna prueba. Tú dirás.

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