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—Lo que digo —indicó Edit— es que menos mal que nadie de los alrededores puede tener acceso al contenido de esta conversación. Seguro que llegaría a publicarla en el periódico —concretó sonriendo— o en cualquier tipo de revista satírica.

—Es posible que tengas razón —dejó Daniel en el aire.

Al día siguiente y con el objeto de cumplir el mandato alemán que prohibía salir del domicilio por un periodo superior a las dos horas, tomó el tranvía para dirigirse a la joyería Menajem. Tuvo la audacia de llevar con él uno de los diamantes, de tipo medio en peso y volumen, para que su conocido lo estudiase y llegara a informarle sobre los precios en que podían moverse por el mercado. Al llegar a la joyería, vacía de clientes, el propietario le hizo entrar en su pequeño despacho y comentaron el asunto. Lo estudió con detenimiento, realizó un pesaje milimétrico y al final le hizo una oferta por la pieza.

—¿Tienes más?

—¡Qué más quisiera yo! —mintió Daniel con cordura.

—Te doy dos mil pengós, ¿qué te parece?

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