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Al arribar a su domicilio y sentado en uno de los desvencijados sillones de la sala, le esperaba una inesperada sorpresa: uno de los miembros de la seguridad de la delegación española.

—No ha tardado demasiado —afirmó en ladino.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Daniel, siguiendo la misma línea vehicular.

—Me envían de la embajada. Tengo que recoger toda la parte de equipaje que deseen llevar en su viaje de regreso a España. Aunque les aconsejo que sea ligero.

—¿Y eso?

—Es todo lo que puedo comentar. Tengo instrucciones muy concretas y la seguridad así lo determina.

Edit apareció por la puerta, de improviso, con una humeante taza de café.

—¿Has escuchado lo que ha dicho? —preguntó, inquieto.

—Sí. Ya lo tengo preparado. Se lo llevará en un par de bolsas que no llamen la atención.

—No lo entiendo. ¿Me lo podrías explicar, por favor? —indagó ante el representante consular.

—Tengo instrucciones concretas que por su seguridad no puedo comentar. Lo único que puedo indicar es que en un par de días o tres se efectuará su salida, tal y como estaba prevista.

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