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—¡Vale ya, Daniel! ¡Vale ya! —exclamó Edit con enfado.

—Tranquila, Edit. Hemos puesto en manos de David el lugar en que debemos forjar nuestro futuro. Y yo lo acepto. Pero de vez en cuando déjame que te tire algunas pullitas. Nuestro hijo no es solo lo más importante para ti. Y esto desearía que llegaras a comprenderlo.

—¡Venga, dejadlo estar y no os peleéis!

—No pasa nada, hijo. Somos una familia y estamos proyectando un futuro que podría ser quimérico, pero será nuestro futuro, al fin y al cabo. David, una cosita.

—Dime, papá.

—Ahora vamos a tratar de definir el nombre de dos lugares que podrían ser los elegidos y mañana, en la biblioteca de la sinagoga, les echas un vistazo y entonces decidiremos. ¿Qué os parece? ¿Edit? ¿David?

—A mí me parece bien.

—¡Pues adelante! ¡Decidamos el futuro! —concluyó con una alegría más fingida que natural. Un júbilo que solo quería proyectar en los suyos y ocultar el hecho, especulaba, de no querer inquietarlos ante lo que podría estar por venir. Sentía una natural preocupación por la última fase del viaje. Tenía conocimiento de que una parte de Francia había sido ocupada por los alemanes; otra pequeña parte occidental, limítrofe con Suiza, por los italianos; pero no tenía otra información sobre la situación de la Francia libre, que debería ser su destino final antes de la llegada a España. Desconocía el entorno en que se derivaban y dividían sus intrusiones los países del Eje y por ello tenía una definición inconcreta de la realidad en la última etapa. Sin embargo, ya le habían comentado en la embajada que ellos se ocuparían de todo y que estuvieran tranquilos. Pero, pensó, la mencionada tranquilidad debería ser para otros, no para su carácter.

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