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Las palabras del representante de la legación le hicieron, una vez más, inquietarse por el entorno de las fronteras. Las patrullas alemanas se caracterizaban por su brutalidad y no tenía plena constancia de que sus protocolos permisivos se hallaran vírgenes de crueldad con los judíos de paso. Más bien al contrario. Pero una vez más, Daniel se adelantaba a los acontecimientos. Desconocía que sus credenciales no estarían a nombre de sefardíes, sino a favor de españoles, y que, como tales, la hostilidad de los agentes del Reich debería ser totalmente inconsecuente.

—¿Qué opinas, David?

—Es complicado. Pero por los datos que tengo y que luego comentaremos, una de las dos para mí es la mejor.

—Vale, pues tú dirás. Mamá no creo que tarde.

—Creo que ella estará de acuerdo. Tiene obsesión por la playa y la que voy a proponer tiene reconocidas varias de las mejores del Mediterráneo. Eso al menos es lo que he leído en la biblioteca.

—¡Entonces no se hable más! Sabes que para tu madre lo que tú digas es lo que se hará —comentó con ironía, aunque cordial.

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