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Al día siguiente, al llegar David de la sinagoga, indicó que había tomado notas en la biblioteca sobre las dos ciudades de las que habían hablado la noche anterior. Habían decidido que en una ciudad muy habitada como Barcelona se debían de producir las mismas o similares formas de vida en la cerrazón por barrios de sus pobladores. Y necesitaban, necesitarían, libertad para iniciar un futuro estable y no contaminado en la oscuridad de un solo distrito. Dos habían sido las elegidas, de norte a sur, Tarragona y Alicante. Ambas parecían tener una forma de vida más fluida, más abierta, más normal en sus relaciones personales y sin que la interferencia de una devoción se tornara en cortapisa vecinal.

La situación de la noche anterior se complicaba, tal y como recordó con posterioridad. El miembro de la delegación le había indicado que el Gobierno de España proyectaba su tolerancia con los refugiados, pero hacía hincapié en que ninguno de ellos podría echar raíces, sino que únicamente podrían utilizar el territorio nacional como una simple escala en su éxodo vital. En teoría, su óbito mental del contexto cambiaba las cosas en presunción, aunque se convencía de que la realidad podría ser diferente en muchos aspectos siempre que no se traspasaran concepciones vinculadas a la política y a la religión. También le preguntaron cómo estaban las cosas en la Francia libre, a lo que les contestó que la Francia libre, en esos momentos, no existía; que se hallaba refugiada en Londres y que todo el territorio francés se encontraba sometido por los alemanes.

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