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—Sí. Exactamente doce mil. Se los entregas a tu jefe como pago por todo lo que habéis hecho por nosotros y para el caso de que nos quisiera facilitar algún dinero en moneda española. ¡Pues entonces hasta mañana!

—No, no. ¡Usted hasta pasado mañana!

—Es verdad. Perdona.

Cuando salía por la puerta, el enviado de la embajada se volvió a los asistentes y les dijo en tono alegre:

—¡Ah! Se me olvidaba. Si quieren rezar lo dejo a su libre albedrío, pero la familia Venayon ha muerto, no existe ni ha existido jamás. Pueden dar la bienvenida a la familia Venay. Ustedes mismos —dejó en el aire antes de decir adiós.

Les habían preparado un pasaporte colectivo en el que figuraban las fotos de los tres familiares. En la credencial, emitida en idioma francés, aparecían todos sus datos, aunque el principal figuraba en la profesión de Daniel: «Empleado de embajada». Se había formulado con el número dieciséis y la potestad incluía un trato preferencial, no diplomático, pero sí preferente.

La familia siguió al pie de la letra las instrucciones que había recibido. Cuando llegaron Edit y David a la delegación, no existían por los alrededores vehículos sospechosos. Durmieron en una habitación y al día siguiente a la hora señalada apareció Daniel con su gabán.

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