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—Nada, tranquila. Así será.

David se sentía bloqueado en su púber comprensión. No tenía ni idea de a qué podría referirse su madre. Daniel, en un gesto, le indicó que permaneciera en silencio y luego, tratando de banalizar el asunto, preguntó:

—¿Y después de Lyon?

—Hay dos opciones: la primera sería continuar hasta Marsella y con posterioridad, rodeando la costa, hacia Perpiñán. La segunda contemplaría viajar directamente hasta el Principado de Andorra. En ambos casos llevaréis moneda más que suficiente para comprar los billetes, además de tener para pasar un tiempo a la llegada a territorio español.

—Gracias. Ha sido muy generoso. Más que generoso, diría yo.

—No, no, Daniel. Con el dinero que le entregaste a Dimas, una familia puede vivir varios meses dignamente. Lo mínimo que podemos hacer, aparte de lo que hacemos, es que a vosotros no os falte de nada. En seguridad y demás.

—Una vez más, gracias.

—Bueno, creo que deberíais descansar unas horas. Os espera un largo viaje. ¡Ah! ¡Eso sí! Dejad todas las pertenencias que pudieran recordar a los Venayon, a vuestra naturaleza sefardí o cualquier otro fetiche que pudiera generar dudas en los alemanes. Es lo mismo que decir: os desnudáis, os vestís con la ropa que os hemos facilitado, incluida la interior, y a partir de ahí ya podréis llenar los bolsillos con todo lo que os proporcionemos. ¿De acuerdo?

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