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David se levantó de su asiento para acceder a la ventanilla y observar a los militares que por allí concurrían. Su padre, Daniel, consumó la misma reacción. Salieron al pasillo y desde allí contemplaron a un ligado de hombres jóvenes que disponían su coexistencia en afección a unas ideas que muchos de ellos no podían compartir, pero lo hacían. Era el reclamo alemán de la responsabilidad. Jóvenes de apenas veinte años, con una adolescencia superada en sus límites, estaban obligados a militarizar su vida en favor de un régimen del cual la mayoría no parecía tener constancia y escasamente estabilidad. Sin embargo, los Venay consentían en que no podían ser ellos, refugiados de escasa trascendencia, los que se apuntaran a criticar una situación que correspondía a otras instancias.

—Pobres chicos —comentó Daniel.

—¿Y eso, papá?

—Es difícil de entender y más difícil de explicar. Pero es lo que hay. Se podría definir como que en una existencia deben converger las alegrías de la vida y no las angustias del vivir.

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