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—Tendremos que madrugar. —Sonrió, a la vez que comentaba el ambiente que había observado en los departamentos adyacentes. También aprovechó la coyuntura para reconocer dónde se situaban los servicios. El vagón llevaba dos. Al principio y al final del mismo. Uno de ellos tenía lavabo y una especie de irrigación cerrada en un cubículo de madera de nogal, que pretendía ser una ducha. Y lo era.

—Buen descubrimiento —consideró Edit—. Aprovecharé para ir, ahora que el pasaje está tranquilo.

—No creo que tengas que preocuparte. Por lo que he observado, el vagón en el que viajamos está casi desocupado. No me he fijado en demasía, pero solo he contado viajeros en tres de los departamentos y ninguno de ellos va al completo.

—No importa. Aprovecharé de todas formas.

—Te acompaño, mamá. Y así estiraré las piernas.

Daniel no puso impedimento, pero salió al pasillo y se enfrentó a la ventanilla, que ofrecía un espectáculo de sobresalto: noche cerrada y ninguna luz terrestre que pudiera permitir atisbar el camino que se recorría. Volvió sobre sus pasos y decidió que era el momento de prepararse para el sueño. Las butacas tenían un sistema que las convertía en divanes con longitud suficiente para descansar sobradamente. Además, los armarios superiores, los altillos, contenían mantas y cobertores para el caso de un frío intenso. Se bajó uno de ellos, se acurrucó en su canapé y trató de descansar. Le molestaba la luz del departamento, que sería amortiguada tan pronto regresaran Edit y David.

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