Читать книгу Sombras en la diplomacia онлайн

63 страница из 117

—¡Ah! Perdón, no hablo alemán. ¿Pueden ayudarme? —solicitó en húngaro.

Le informaron de que el desayuno se serviría en el cuarto vagón y de que el primer turno sería a las siete treinta horas y el segundo, a las ocho y quince. Agradeció la asistencia y regresó a su departamento, indicando a los suyos que había elegido el primero.

Daniel, a medida que conocía más detalles del vagón, del propio tren y de las comodidades que se ofrecían en el viaje que estaban prestos a realizar, se mostraba más que convencido del vínculo existente entre el convoy en el que viajaban y el propio Orient Express. No había tenido la oportunidad de profundizar en su impresión primigenia, aunque estaba seguro de que durante los próximos días se le aclararían sus dudas. También, en su fuero interno, reiteraba con fuerza la gratitud y reconocimiento a aquel diplomático español que había hecho posible la salida epistolar de una Hungría que se hundía ante el fragor germano. Lo curioso del caso, pensó, es que ni siquiera tenía conocimiento de su nombre, aunque sí de su apodo, el Ángel de Budapest, como Dimas le había definido en un comentario. Solo sabía que era el encargado de negocios de la legación hispana y que su agradecimiento, por sí y por los suyos, sería eterno.

Правообладателям