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La nueva familia Venay asintió con gratitud.

Poco más de cinco horas más tarde, los Venay salieron en coche de la legación con dirección a la estación de ferrocarril. La salida estaba prevista para las ocho treinta de la noche, si bien los horarios se fijaban de una manera difusa. El aparato al que debían acceder no era más que un tren mixto donde viajaban mercancías y pasajeros. El pasaje solía ser limitado, a no ser que coincidieran pelotones de soldados en misiones opacas o con objeto de efectuar relevos en diferentes zonas de la Europa ocupada.

Los mandos militares alemanes, sin encomendarse a las autoridades húngaras, habían habilitado la estación de Keleti, que normalmente viajaba a Rumanía y los Balcanes, para que realizara cualquier otro tipo de operación transitada donde pudiera trasladarse a soldados alemanes. Observaron que sus decisiones se debían a la seguridad y connivencia con los propios militares húngaros, que, por así decirlo, desconocían el fundamento real de la decisión. Ello obligó a los Venay a presentarse en una estación que no era la que realmente debería expedir el convoy. Dimas, como chófer de la embajada, reconvino del hecho ante el teniente jefe de la patrulla de seguridad alemana, quien le exteriorizó, de manera expresa, que debería identificarse.

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