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—Vale, papá. Pero tú eres el que manda. Habría que pensar también en tus asuntos, que son los que nos darán de comer.

—Eso sobre la marcha, hijo. Pero gracias por pensar en el futuro de la familia, que, por cierto —hizo una leve pausa—, también será el tuyo.

Dos días más tarde, el enviado de la embajada se volvió a personar en el pequeño piso donde habitaban. En esta ocasión, venía acompañado de noticias positivas, un gabán, artículos de aseo de procedencia española y diversas prendas para David y Edit. Reveló que la documentación ya estaba preparada y que su salida de Budapest sería en el intervalo de cuarenta y ocho horas. También expuso la mejor manera de entrar en la delegación, al objeto de que los miembros de la Gestapo que montaban guardia no llegaran a sospechar de los visitantes.

—¿De la Gestapo? —preguntó Daniel.

—Lo cierto es que no lo sabemos con certeza. Pero lo que es evidente es que la embajada está sumida en un resguardo permanente. Aunque, de la misma manera que ellos nos vigilan a nosotros, hemos tenido que establecer un sistema de control y vigilancia tanto de sus cambios de guardia como la de ubicación de sus vehículos.

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