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—Si queremos aire, tendremos que dejar abierta la ventana —dijo el doctor Slade.

—No podremos dormir si está cerrada. ¿Bajo estos pabellones?

—Debe de haber un guardián abajo. No hay peligro.

—Es como estar en una tienda de campaña —murmuró ella después.

—¿Qué dices? —preguntó él. Un minuto más y se hubiera quedado dormido.

—Este cuarto —su voz se había animado un poco—. Es como estar a la intemperie. ¡Escucha!

Un momento más tarde, él dijo:

—Música maravillosa para dormir. Ojalá no tuviéramos que levantarnos para ir a cenar.

—Mmm —respondió ella con incertidumbre.

Estuvieron callados largo rato; él entró varias veces en un sueño ligero. De vez en cuando, abría los ojos, y luego se dejaba caer cómodamente en el sueño. Ella pensaba en qué vestir para la cena, y en la increíble oscuridad del cuarto. La falta de luz lo hacía todo más difícil. Ésta era la clase de cuarto donde podía haber arañas. y uno no las vería. Decidió no desempacar nada y usar la misma ropa que vestía antes, aunque estuviese empapada en sudor. Puerto Farol tenía la culpa; en cualquier otro sitio le hubiese parecido de mal gusto vestirse con prendas húmedas.


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