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Si hubiera estado solo, seguramente habría dado la vuelta para volver, pero en compañía de su mujer esto le resultaba más difícil. Ella guardaría el recuerdo de su acción para usarlo algún día a su capricho como arma contra él. “Tuviste miedo, por ejemplo, de atravesar aquel pantano en Puerto Farol. Claro que tenías razón. Yo sólo quería ver hasta dónde llegabas. Pero tienes que admitir que tuviste miedo, querido”.
—¡Murciélagos! —gritó ella—. Vi murciélagos allá atrás, un poco antes de llegar al puente.
—Ya casi llegamos al final.
—¿Hay vampiros aquí?
—No sé. Probablemente... —dijo él, y un instante más tarde agregó—: Parece que han descubierto que con sólo estar en el mismo cuarto con cualquier clase de murciélago, se puede contraer rabia.
Ahora la vegetación era más alta. Estaban al final del entarimado.
—Creo que nunca ha visto tantas luciérnagas en mi vida —reflexionó él.
—¿Rabia? Eso estaba en la Time —dijo ella en tono acusatorio. Lo vi.
—Y por lo tanto no es cierto, ¿no?
El ruido de sus pasos ya no resonaba en el silencio: andaban otra vez sobre la arena. Aquí, algunas de las casas tenían techos de paja. Las hojas de los bananos parecían muy verdes bajo las luces de la calle. No se veía a nadie.