Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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Brazos rodean, brazos alzan. Cuando la mujer mira a la bebé que tiene en brazos, la bebé a su vez la mira con sus ojos de color cambiante, ahora grises, a la luz de la cocina. Los iris son inmensos, como ojos de gato, con casi nada de blanco, la boca imposiblemente dulce. Reggie no quiere bendecir a la bebé porque ¿qué han hecho de bueno sus bendiciones? Le pasa hielo por las encías calientes. Chasquea contra el pedazo de diente. Están en calma, la mujer y la bebé. Su silencio es mamífero y tibio. La mujer puede oler la piel lechosa de la bebé, la bebé puede oler el humilde jabón y el bálsamo para manos de la mujer. Es ella, quizá, la que debería pedir bendiciones de esta criatura, que vendrán a ella, Reggie, cuando esté vieja, con los brazos cargados de lilas fragantes. Poniendo las lilas en un florero, mientras la vieja se mueve por la cocina preparando el té. Y la vieja saca fuerzas y placer, sí, del espectáculo fragante de las flores, pero más todavía del cuerpo fuerte, feliz de la joven, la extensión y dulzura de sus extremidades, el brillo de su cara morena.

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