Читать книгу Transpersonalismo y decolonialidad. Espiritualidad, chamanismo y modernidad онлайн

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Los pueblos tradicionales situaban en un “exterior” dichas energías psíquicas, pero sabían que también se encontraban en un “interior” (sus sabios no hacían esta distinción). El modelo cognitivo yaminawa, por ejemplo, y el de otros pueblos amazónicos cercanos, no considera una “mente” al estilo occidental en cuanto receptáculo interior de pensamientos y significados totalmente separado del resto del mundo. Por el contrario, lo que nosotros llamaríamos “procesos mentales” se asocian con los yoshi (no humanos, esencias espirituales o ideacionales vivientes) fuera del cuerpo, participando de la misma naturaleza (Townsley, 1993). El fenómeno de proyección de Jung también es un redescubrimiento en lenguaje universitario del modo en que –sin ir a tradiciones muy alejadas de Occidente–, por ejemplo, los griegos o los romanos clásicos veían a sus dioses. No los veían “reales” sino alegorías divinizadas de ideas, virtudes, estados de ánimo, pulsiones (la mitología era la psicología de la antigüedad). La cristiandad destruyó muchas concepciones como las de religio, pietas, fides o virtus torciendo su significación original).10 La realidad exterior es una modulación o proyección del mundo interior. Así debe entenderse la manoseada fórmula posmoderna “el hombre crea en algún punto la realidad”, que se hace derivar de la física cuántica, con mucho desconocimiento de las complejidades matemáticas alcanzadas por esta ciencia, no obstante, la interacción que han tenido algunos físicos cuánticos con la psicología analítica (Wolfgang Pauli y Carl Jung) o las filosofías tradicionales (David Bohm y Jiddu Krishnamurti o el Dalai Lama). El escritor inglés Patrick Harpur (2006) lo sintetiza de forma sencilla: “El conflicto entre lo material y lo espiritual llegó hace poco, en el siglo XVII, con el racionalismo cartesiano, que nos separó del mundo. Es nuestra tragedia: ¡perdimos el alma! […] Desde la antigüedad, el mundo estaba animado. Sentíamos que el mundo expresaba el alma del mundo, el anima mundi11 […] «Todo está lleno de dioses» (Heráclito): todo era a la vez físico y psíquico. Y tu alma participaba del alma del mundo, estabas conectado. ¡El mundo no nos era ajeno! […] Al distinguir Descartes entre el hombre (res cogitans) y el resto del mundo (res extensa) nos separó del mundo: había ya un sujeto pensante y un objeto… inanimado. ¡Y aquí estamos, buscando el alma…! […] Los cristianos ya habían separado su cuerpo de su alma ya habían separado este mundo del otro mundo (su cielo/infierno). El alma del cristiano solo puede acceder al otro mundo al morir el cuerpo. ¡Es lástima! […] el pensamiento tradicional jamás hizo tal distinción: el hombre podía ir y venir de este mundo al otro mundo, entrar y salir asiduamente. El otro mundo nos envolvía, ¡no necesitabas morirte para visitarlo!”. Y ese otro mundo, el espacio imaginal donde tienen lugar las visiones de los profetas, místicos, chamanes, poetas, gnósticos, filósofos románticos, herméticos y alquimistas, como también los actos simbólicos de los rituales iniciáticos, comienzan a ser vistos por algunos antropólogos transpersonales como “herramientas tecnológicas” muy refinadas para influir en ese mundo que nos envuelve, más real que lo que consideramos como real.

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