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Ello motivó consecuencias funestas para el clericalismo irritado, dominador hasta entonces de toda la vida salmantina, porque, a los pocos días, un diario muy bien editado con el título de La Libertad salió a la palestra, para hacer frente a nuestros intransigentes enemigos, y que, haciendo honor a su título, contestaba libremente no dejando títere con cabeza, arremetiendo con ingeniosas y celebradas censuras, desde el obispo P. Cámara hasta el último acólito, y desde el Boletín Eclesiástico hasta la más ínfima hoja parroquial. Al publicar, a la cabeza del periódico, la lista de los que componíamos la redacción, toda la prensa madrileña y la más destacada de provincias nos felicitó, en artículos encomiásticos, porque todos los redactores eran catedráticos, menos Onís y yo, el benjamín de aquella, y por lo tanto el más desconocido en el periodismo… por poco tiempo.
Dirigía el periódico el Dr. don Enrique Soms y Castelín,53 catedrático de Lengua y Literatura Griegas, la más alta autoridad en España en lenguas clásicas y orientales, figurando en la redacción hombres como el Dr. don Jerónimo Vida, catedrático de Derecho Penal y uno de los periodistas más conocidos y consagrados de la prensa madrileña, siempre en periódicos republicanos, en quien Ruiz Zorrilla tenía su más omnímoda confianza, Pedro García Dorado Montero, que acababa de ganar la cátedra de Derecho Penal de Granada, que luego permutó con Vida, por ser granadino de nacimiento, el Dr. don Lorenzo de Benito Endara, catedrático de Derecho Mercantil, el licenciado don José María de Onís y López, archivero de la Universidad, y yo, como he dicho, también licenciado y bibliotecario de la Universidad, pero que no portaba otro lastre que el de mi entusiasmo republicano y mi fuerza de voluntad, sostenidos con mis diecinueve años. Luego se adhirió Unamuno, cuya llegada a Salamanca coincidió, casi, con los acontecimientos que acabo de relatar, y que, en la división profunda provocada en el Claustro de la Universidad, no dudó en alistarse en nuestras filas.54