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Y esa fue la victoria de La Libertad, que después hubo de cambiar tan noble título por el de La Democracia, cuando pusimos imprenta propia, lo que siempre consideré como un error, aunque mi parecer no tuvo éxito, por aquello de que era tan joven, aunque después los hechos me dieron la razón.
Claro es que en aquella lucha fui objeto de toda clase de persecuciones, como fueron las dos o tres veces que el obispo salamantino, P. Cámara, fue a Madrid siendo senador por la archidiócesis, y haciendo uso de su representación parlamentaria, a pedir a Cánovas mi traslado a otra biblioteca fuera de su diócesis, pretensión que nunca fue atendida, porque teniendo yo mi cargo en propiedad me hacía inmune al menor correctivo, como no fuera por faltas en el servicio y eso mediante expediente que tenía que fallar el Ministerio. La tercera vez que el prelado gestionó este cobarde sistema, se le preguntó si mi conducta pública o privada me hiciera incompatible con mi cargo, como hombre inmoral tuvo que contestar que en ese terreno tenía que reconocer tanto mi honradez como mi buena conducta, pero que ya no podía soportar mi diaria labor periodística, que, a la par que molesta, le producía, entre infieles de su diócesis, graves trastornos.