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Mis «Plumazos», de los que Unamuno era gran entusiasta, sobre todo cuando dirigiéndome al obispo argumentaba mis razonamientos con oportunísimos textos bíblicos, llevaban, como principal táctica, la de dividir al enemigo, o mejor, ahondar la división enconada y salvaje que, a la sazón, invadía el partido católico español, el de los interistas, respaldados por la Compañía de Jesús y dirigidos por el batallador diputado don Ramón Nocedal,55 representante de la más cínica intransigencia ultramontana, cuyo órgano en Madrid era El siglo futuro, y el de los llamados «Mestizos» o de La Unión Católica, cuyos supremos jefes eran los Pidales, tan fanáticos como sus correligionarios, enemigos, pero un poco más transigentes con los políticos de la situación, puesto que figuraban en la extrema derecha del Partido Conservador, cuyo órgano era la Unión Católica.56 Ambos órganos, que se disputaban ser la verdadera Tía Javiera del catolicismo, se emulaban en la defensa del dogma en todas sus facetas, disputándose el derecho de expedir patentes de catolicidad y recabar la dirección de los fieles, estando en continua greña en la diaria lucha, en la que la violencia hacía olvidar no solo la humildad y fraternidad cristiana, sino que también, con su especial léxico tomado del de pescadoras y verduleras, dejaba a un lado las consideraciones de un periódico debidas a sus lectores y en las que ellos, más que otros, debían dar el ejemplo.


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