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Como he dicho antes, estos periódicos, con manifiesta insensatez, ahondaban, cada día más, la división entre los católicos españoles, con gran escándalo de las personas sensatas y, sobre todo, en su alto clero, puesto que figuraban en ambos bandos obispos, arzobispos, canónigos y párrocos en propiedad, como, entre otros, los obispos de Barcelona y Plasencia, integristas acérrimos, a quienes el propio Vaticano hubo de sujetar por reclamación diplomática del Gobierno, y otros, como el de Salamanca, gran figura entre los «mestizos».

En Salamanca, la división era más enconada porque los integristas, movidos por los jesuitas, que tenían a su cargo el Seminario Conciliar, del que se surtían todos los curatos de la diócesis, y que tenían su periódico de verdadera batalla, dirigido por Manuel Sánchez Asensio, traído a esos efectos de la redacción de El siglo futuro y que contaba, además, con la anónima cooperación de dicha compañía, titulado La Región, con vida económica segura y desahogada, garantizada por dos de las familias charras más ricas y fanáticas: la del millonario [Manuel] Sánchez Tabernero, marqués de Llen, que terminó profesando como lego en la Compañía de Jesús, y su mujer, como monja en un convento, con la autorización que debió de ser muy bien remunerada del Vaticano, a juzgar por lo que ambos hechos significaban, estando casados, cuando el papa se sirvió regalarle un solideo bendecido, exprofeso para él, para el día de su consagración, y la familia de [José María] Lamamié de Clairac, cuya ruina puede, como causas, dividirse entre los toros de su ganadería y su ineptitud y sus espléndidos y fáciles desprendimientos, cuando la «santa causa» los demandaba.


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