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Mi jefe resistió escuchar aquella proposición indigna del secretario de Cámara, un corpulento canónigo que se llamaba Repila, y soltando como preludio una significativa carcajada, le dijo:

¿A usted le parece digno y justo el que yo denuncie a un compañero que, impecablemente, cumple con su deber, con toda puntualidad y competencia, que se haya retrasado cinco minutos, cuando ni es verdad, y cuando soy, o el que a diario voy tarde a la biblioteca y, a veces, no voy, por la confianza toda que en él deposito, sabiendo que el servicio se cubre perfectamente? Eso sería hacerme cómplice de una indignidad y de una canallada, que soy incapaz de cometer con un compañero y cuya propuesta hiere mi caballerosidad. Yo creía que tenían ustedes mejor concepto de mí.

Lo que sí puedo hacer, en atención al señor obispo, es llamarle la atención seriamente, dándole cuenta del peligro que corre, para que se aplaque en lo que escribe, pero canalladas, como esta, no me pidan nunca, porque soy incapaz de cometerlas. Soy un caballero y un compañero.


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