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Ello fue motivo de felicitaciones de tantos correligionarios, a ninguno de los cuales conocía, entre los que figuraban los jefes locales de todos los sectores del republicanismo, que muy pronto habrían de contar con la cooperación del recién llegado, que acababa de ganarse el espaldarazo, colocándose en primera fila, claro es que de los románticos, puesto que jamás pretendí otro puesto que el de luchar como simple soldado.
Tanto el periódico La Libertad como La Democracia, con mis «Plumazos y borrones», me habían conquistado entre los republicanos una gran influencia entre las fuerzas populares salmantinas. Todos, como era frecuente en Salamanca, me tuteaban considerando mi corta edad, tanto los altos, como los bajos, porque Castillo, amigo de todos, había conquistado en poco tiempo unas relaciones en la capital, cual nunca pudo soñar, llegando a hacer concejales a republicanos valiosos y modestos que honraron, con sus honestas y prudentes intervenciones, al Ayuntamiento.
Dos personalidades dirigían entonces los dos partidos republicanos imperantes por su historia, en Salamanca, ambos abogados de nota; uno, don Pedro Martín Benitas, que era un prestigio dentro del Partido Federal, presidente que fue del Gobierno Cantonal, al que con gran habilidad, honradez y talento dirigió, en forma de que no se registrase el menor desafuero por parte de los exaltados, logrando que no se registrase la menor filtración en la administración de los fondos de Hacienda en el pago de sueldos a los funcionarios. Hombre respetado por todo el mundo y cuyo bufete era un verdadero modelo de honestidad y competencia, al que confiaban sus intereses las más destacadas familias charras, pasando por encima de las divergencias ideológicas.