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Por motivos de orden económico hubo de morir nuestro periódico de tan brillante historia, con general contrariedad del público, dejando en la historia periodística una estela de honestidad en sus juicios y haber sabido sostener una campaña de higiene moral, iniciada con la muerte de Mariano Arés, que, como ya he dicho, había producido una verdadera revolución en la monótona vida salmantina, sencilla, estática y falsa, sometida, más que dirigida, a la tiranía espiritual y especulativa de un clero fanático, especialmente por los jesuitas y dominicos, que se repartían el predominio, en la que un cura era tenido por un superhombre y que nosotros hubimos de convencer y lo logramos de que el hábito no hace al hombre, y que estaban dotados, todos los que lo vestían, de los mismos defectos y debilidades que los demás mortales, demostrándolo diariamente al enfrentarnos con ellos, empezando por el propio obispo, que nos llevó más de una vez al banquillo de los acusados en la Audiencia, saliendo felizmente ilesos de su persecución, con todos los pronunciamientos favorables. Por cierto, que ninguno de los procesados era el autor de los artículos que motivaron los procesos, porque Unamuno hubo de responder, en el juicio, de un artículo escrito por un empleado de los Ferrocarriles para evitarle las responsabilidades, y sobre todo, los graves perjuicios que le sobrevendrían, entre ellos, la pérdida segura de su empleo, y Enrique Soms, a su vez, por un artículo de Unamuno. De los dos procesos salieron inmunes gracias a la defensa encomendada al entonces auxiliar de la Facultad de Derecho, mi inolvidable amigo, don Luis Maldonado Ocampo. No obstante pertenecer al Partido Conservador y ser de indiscutible catolicismo, pero un ejemplo de amistad y compañerismo, que estaba por encima de todas las pasiones, en estos casos, malas pasiones sostenidas por el prelado y por su representante, mi mencionado pariente el catedrático Sánchez Mata.