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–Tengo la sospecha –le dije– de que esos cabildeos deben estar relacionados con la subasta de la recaudación de Consumos, que se va a acordar en la sesión del Ayuntamiento que se va a celebrar mañana, y el hijo de mi mamá no se acuesta esta noche sin saberlo, por lo que, ahora mismo, nos vamos a la plaza, donde seguramente pasean continuando sus conversaciones.

Y, efectivamente, a los cinco minutos, bajo una espesísima niebla y embozados en nuestras pañosas hasta los ojos, enfocamos en los soportales de la plaza Mayor, dando una vuelta por «el lado de las mujeres» y, como yo esperaba, nos cruzamos con los tres ediles que venían por el de los hombres, a los que se había incorporado un nuevo individuo cuya presencia me dio la clave del misterio.

Se trataba de Juan Meca, un individuo que en tiempo de los conservadores era jefe de la Policía y en el de los liberales jefe de Consumos, que entraba, indudablemente, en el negocio como asesor.

Mi compañero se retiró a poco más de la una de la madrugada, pero yo seguí de cerca, protegido por la niebla hasta eso de las dos y media, en que se fueron retirando, haciéndolo yo también a mi casa de huéspedes, sentándome a la mesa, una camilla confortable, y redactando una hábil gacetilla en la que reseñaba lo observado y relacionándolo como rumor público con el negocio de los Consumos, dando así la voz de alarma.


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