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Tenía sus adeptos personales de su mismo concepto de la moral entre los que figuraba un hermano suyo que utilizaba como enlace en sus maquinaciones con políticos y caciques monárquicos y con las fuerzas reaccionarias, incluso con el Palacio Episcopal.
En mis actividades periodísticas tuve varias ocasiones de convencerme de ello y en verdad que una de ellas pudo haberme costado la vida; pero otra constituyó para mí un triunfo profesional en el campo de la prensa, así como un servicio al pueblo salmantino, aunque él no se diera cuenta.
Estando yo una noche en el teatro de El Liceo, donde actuaba una compañía de ópera, observé, durante los entreactos, unos misteriosos conciliábulos entre el alcalde, representante del Obispo en el Ayuntamiento, y Zugarrondo y Martínez Veira, ambos concejales republicanos.
Mi intuición periodística me hizo sospechar que entre los tres se discutía algún negocio de importancia en el que los tres estuvieran interesados, convirtiéndome, desde aquel momento, en observador continuo, comunicándoselo solamente a un amigo, abogado del estado, cuando una vez terminada la función tomábamos un ponche caliente antes de irnos a la cama.