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Para dar una idea de la mala fe que informaba, entonces, la vida política en Salamanca, voy a recordar un hecho que me pudo costar la vida y que prueba esa afirmación elocuentemente.

Habiendo sido anulada la elección de diputado a Cortes en Ciudad Rodrigo, hubo de repetirse esta tras una preparación enconadísima de ambos candidatos; uno radicado en el distrito al que había representado hacía años don Luis Sánchez Arjona, liberal, el otro, un aventurero espadachín que dirigía, apoderándose del periódico con malas artes, La Correspondencia Militar, a la que dio un matiz de ridícula bajeza, cinismo y escándalo.58 El tal tipo se llamaba Diego Fernández Arias, expulsado del Ejército, y, después, retirado del palenque, merced a una paliza que le propinaron los hermanos Esbrí, hijos del despojado y verdaderos dueños del periódico, y con los que se metió el matón Arias. Su vástago, el célebre libelista que en la prensa se firmaba con el pseudónimo de El duende de la Colegiata, que por su audacia en ese despreciable sistema, después de tullido en un desafío con un yerno del conde de Romanones, hubo de expatriarse a Turquía, huyendo de la justicia, donde permaneció como unos veinte años. Fernández Arias, en aquella elección anulada, recorrió el distrito en tono de bravucón, buscando ataque personal con su contrario y amigos, sin otra arma que la del insulto y el escándalo, y era protegido por el general Pando, muy amigo de mi jefe, don Agustín Bullón. El citado general era eterno enemigo de Sánchez Arjona y buscaba su derrota a todo trance, apareciendo en Ciudad Rodrigo la víspera de la elección acompañado de unos sesenta serranos del distrito de Sequeros, de fama en España en lo referente a la criminalidad. Los partidarios de Sánchez Arjona oponían a aquella provocación una serenidad a toda prueba, merced a la confianza bien fundada que tenían en su triunfo y porque sabían que desde Gobernación se estaba haciendo un doble juego, respecto a su contrario, que luchaba como candidato ministerial. Ocupaba entonces ese Ministerio hombre tan probo como lo era don Francisco Silvela, hombre de envidiable solvencia moral.


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