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Algún tiempo después y en una enconada polémica de La Libertad y La Concordia, dolorida por el fracaso del negocio de Consumos, en el que su director estaba tan interesado, le solté lo de las 8.000 pesetas llevadas por el revisor del Ferrocarril, lo que produjo sobre todo entre los republicanos el natural efecto, y, por la noche de aquel día, cuando después de cenar me encaminaba a casa de mi novia, después, mi esposa, al atravesar la solitaria y oscura plaza de La Libertad, al revolver una esquina en la que estaban parapetados, me encontré asaltado por Martínez Veira, su hermano y cuatro amigotes de su laya, que, cobardemente y aprovechando mi descuido, me dieron un garrotazo por la espalda, en la nuca, que me hizo caer al suelo, en el que reaccioné en seguida, levantándome, lo que motivó la huida de los agresores, tras de los cual me lancé, alcanzando al gallego a la entrada de la plaza Mayor, quién empezó a pedir auxilio a grandes voces, reclamando como concejal la ayuda de los guardias, que acudieron inmediatamente para salvarle de las iras del público, que, al enterarse de lo ocurrido, pretendió lincharle. A mí, me llevaron a mi hospedaje, en la plaza del Corrillo, cuya proximidad a la plaza me permitió oír desde mi cama las protestas, a voces, de la gente que discurría por el paseo, bajo los soportales.