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El agresor, Martínez Veira, huyó protegido por los guardias a su casa, de la que no se atrevió a salir durante mucho tiempo, y sus cómplices, en el tren de la madrugada, creyendo que me habían matado, para Portugal, pero al cambiar de tren en la estación de Fuentes de San Esteban fueron reconocidos por algunos viajeros, y lo hubieran pasado muy mal si no les hubiera protegido la escolta de la Guardia Civil, aunque no pudieron librarse de una monumental silba, mezclada con airadas protestas.
La de la opinión pública fue muy expresiva y unánime, a juzgar por la prensa en general y, muy especialmente, por la de Madrid, condenando el cobarde atentado y, por el gran número de cartas, hasta de muchas personas por mí desconocidas, figurando, entre ellas, una de Unamuno que estaba de vacaciones en Bilbao, calificando a los asaltantes de cuadrilla de bandoleros, y de muchas personalidades y amigos que visitaban mi hospedaje para interesarse por mi salud, pues habían corrido noticias alarmantes por el temor de que, a consecuencia del golpe sobre la nuca, pudiera sobrevenir una complicación cerebral.