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Al retirarnos a las dos de la madrugada, verdaderamente rendidos, en vez de acostarme y sin reparar en la jornada que me esperaba me puse a escribir una larga correspondencia informativa para mi periódico, con toda clase de detalles interesantes, como complemento a los muchos telegramas que envié durante la noche. A las cuatro menos cuarto de la madrugada terminaba mi trabajo y salía hacia la estación, para entregar mi misiva al servicial revisor del tren que tan galantemente se me ofreció, y que cumplió su cometido con la mayor rapidez, logrando que La Libertad lograse un verdadero éxito aquel día.

Transcurrió felizmente aquel día la elección, logrando una gran mayoría el candidato liberal sobre el conservador, y, por cierto que, cuando aparecimos en busca de datos en el Círculo Conservador, Fernández Arias, que estaba desquiciado ante su evidente y vergonzoso fracaso, se enfrentó con Laserna y conmigo, echándonos en cara nuestra falta de compañerismo, como si fuéramos nosotros la causa de su derrota, contestándole yo tranquilamente que habíamos ido a Ciudad Rodrigo a una simple misión informativa que reclamaba la curiosidad de nuestros lectores, y no otra cosa a los de mi periódico republicano, muy ajeno a los intereses de la lucha, y no a ponerme al servicio de ninguno de los contendientes, respondiendo además de la veracidad de mis informaciones, que nadie honradamente podría rectificar y, menos, desmentir. Acto seguido, ante los presentes nos retiramos, sin despedirnos ni darle la mano.


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