Читать книгу Mis memorias онлайн
99 страница из 217
Aquel trabajo, impropio de nuestra edad, que doña Juana miraba con la mayor impasibilidad frente a la oposición de Gustavo, que supuso, al proponer la reforma, que los trabajos se llevarían a cabo por obreros y no por nosotros, lo mismo que la del pocero, que, con más piedad, nos incitó indignado más de una vez a que nos negáramos al trabajo, que terminaba a las siete de la tarde, cuando este se marchaba, dejándonos su continuación durante toda la noche en la extracción del agua, para que al día siguiente pudiera reanudar el trabajo de la galería en seco.
Ese trabajo se nos confió a los dos mayores, a un criado de la casa llamado Emilio y a mí, que durante toda la noche habíamos de sacar el agua, durante dos horas, descansando una, en la forma siguiente: como el tubo ya no debía llegar al fondo del pozo, por los cuatro metros ya socavados, se puso a la altura debida una caldera como depósito supletorio en el que se sumiera la alcachofa de succión y, un metro más bajo que este, un tablón sobre el que uno de nosotros dos había de elevar, a brazo, el agua a la caldera, mientras el otro, arriba, daba a la palanca de la bomba, cambiándonos, de cuando en cuando, en tan rudo esfuerzo y cesando cuando se reanudaba por la mañana el trabajo por el pocero y nuestros compañeros, retirándonos los dos obligados noctámbulos, extenuados, para dormir y descansar, escasas dos horas, en que después del desayuno «amenizado» por el indispensable sermón de doña Juanita, emprendía yo mi caminata al monasterio, con mi frugal comida en el bolsillo, envuelta en un papel. Y así pasé aquel agotador martirio, físico y moral, hasta que se acabaron las obras del pozo con una galería revestida de ladrillos y con todo nuestro excesivo esfuerzo que ahorró jornales sin cuento.