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Sin perder ni un minuto en analizar las circunstancias presentes, tomó la decisión de irse aquella misma mañana a Galicia para enterarse de qué iba el doble crimen al que un periódico solo dedicaba media columna, pero que, sin duda, traería de cabeza a su amigo, el cabo Holmes. Sonrió y pensó que acababa de tener una idea excelente, a pesar de que, y eso tampoco lo dudaba, el cabo, siempre tan quisquilloso en lo referente a la confidencialidad de las investigaciones que llevaba, no compartiría su entusiasmo. La idea de ver a su amiga Marimar tampoco era ajena a su repentina decisión.

Comunicó su marcha a Hortensia, que se encogió de hombros, acostumbrada a los prontos del señorito. Llamó a los guardas de la finca para anunciarles su llegada a media tarde y, después, llamó a Lolita Doeste para preguntarle si lo invitaba a cenar aquella noche, si «el comandante del puesto» de la Guardia Civil no tenía inconveniente, añadió con sorna. El detective madrileño siempre se refería al cabo Souto como el comandante del puesto porque decía que ser amigo de un cabo primero lo desprestigiaba.

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