Читать книгу Doble crimen en Finisterre онлайн

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Santos hizo un par de llamadas más, se despidió de la vieja criada y bajó a pie por la escalera alfombrada hasta el portal. En el patio interior del edificio de su propiedad, tenía estacionado su Porsche negro. Saludó con la mano al portero, que le hizo una reverencia, y salió hacia la Puerta de Alcalá, donde enfiló la Gran Vía para dirigirse hacia la carretera de La Coruña remontando Princesa. Viajaba sin equipaje, como si fuera a ver a un amigo o a comer al restaurante. La casa de Vilarriba estaba equipada con ropa y todos sus efectos personales, exactamente igual que su piso de Serrano o su chalé de Miraflores, en la Sierra madrileña. Santos odiaba las maletas. Cuando tenía que viajar en avión o en tren a cualquier otro lugar, enviaba antes su equipaje por agencia.

A las nueve de la noche, César Santos se presentó en la casa de turismo Doña Carmen con un par de botellas de Tinto Valbuena que había comprado a su paso por Rueda, donde acostumbraba a hacer una parada para tomar café. Sabía que los tintos de Ribera del Duero, y no digamos los de Vega Sicilia, eran una de las debilidades de su amigo Pepe Souto. Tanto este como su mujer apreciaron el valor del obsequio; era un lujo que el guardia no podía permitirse todos los días. Souto comentó lacónico:

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