Читать книгу Doble crimen en Finisterre онлайн

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—Pues claro, ya sabes que esta es tu casa. ¿A qué debemos tu visita?

—Tengo morriña.

—¿En serio? Pues le vas a dar una alegría a Pepe; no te esperábamos hasta fin de año.

—No puedo pasar tanto tiempo sin tomar marisco.

—Lo dices como si en Madrid no lo hubiera.

—Ya, pero después de pasar Piedrafita, no sabe igual.

—¡Si el marisco va en avión! —se rio ella.

—Unos percebes volando, ¡pobres animales!, el miedo que deben de pasar.

Él solía llamar a Lolita en lugar de al cabo Souto para avisar de sus escapadas a Corcubión. Le parecía más adecuado, dado que comía y cenaba con frecuencia en su casa, donde el cabo no pegaba golpe. Y ella estaba encantada porque, cuando Santos iba a verlos, a su marido le cambiaba el carácter y estaba de mejor humor, por muchas pestes que echara contra el detective, que no hacía más que entrometerse en los casos de los que se ocupaba oficialmente como guardia civil. Existía entre ellos una especie de competencia mal disimulada que a ella le resultaba divertida y que no afectaba a su gran amistad.

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