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Después, en rebuscados y redundantes términos burocráticos, el informe ofrecía una descripción neutra del hallazgo de los cadáveres, redactado como si se tratara de momias o restos arqueológicos, desprovista de cualquier vestigio de consideración hacia las víctimas, así como de las circunstancias que rodeaban el macabro descubrimiento.

Aquellas páginas a doble espacio, destinadas a dejar constancia en los archivos policiales de un hecho delictivo, se referían sin embargo a un horrible crimen que afectaba profundamente a quienes estaban obligados a analizarlo y estudiarlo para descubrir y detener a sus autores. Los primeros afectados eran el cabo Souto y los guardias, quienes, al llegar al chalé tras la llamada de la empleada, habían tenido la oportunidad (la triste suerte, comentaría él) de descubrir el escenario de la tragedia antes de la llegada de las ambulancias, el médico forense, el oficial del juzgado, la jueza, el fotógrafo forense, los agentes del Área de Investigación, los empleados de la funeraria y varios guardias civiles que fueron apareciendo a lo largo de la mañana. Por lo tanto, habían podido observar con detenimiento la situación de los cuerpos, el desorden en las habitaciones del piso superior y en los salones de la planta baja, hacer fotos de todo cuanto les pareció interesante, tanto en la casa como en la entrada de la finca, observar las huellas de barro dejadas por el presunto asesino en diversos lugares e interrogar a Manuela Rubial, aún emocionada por lo ocurrido, lo que aportaba espontaneidad a su testimonio.

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