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En cuanto a las apariencias (y esto es de lo que trataban los guardias en su reunión), el cabo Souto comentó que, a pesar de lo que dijera la prensa, nada permitía suponer que el crimen hubiera sido obra de varios ladrones, pues las huellas de pisadas procedentes del exterior en la cocina, en las alfombras del recibidor y en la escalera pertenecían a una sola persona. Casi con toda seguridad un hombre alto, a juzgar por el tamaño de las manchas de barro, que correspondían a unas zapatillas deportivas de talla cuarenta y cuatro.

Dado que la criada había asegurado que la caja de botellas encontrada junto a la entrada no estaba allí la víspera por la noche cuando ella se fue, era razonable deducir que el asesino la había colocado junto al muro para facilitar su escalada. Esta hipótesis parecía confirmada por las manchas de barro en el muro, parecidas a la huella de un zapato o zapatilla. También parecía evidente, por las rodaduras que el cabo Souto había observado, que el asesino había llegado en coche, había ido hasta el final del camino y había dado la vuelta allí. Souto no quiso comentar la ausencia de huellas en el otro lado del muro porque aún no había tenido tiempo de reflexionar sobre aquel detalle, que quizá no fuera importante.

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