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—Macho, te sale cara la cena.

El detective sonrió complacido sin añadir comentario alguno porque no quería dar importancia al detalle. Aunque casi siempre solía tener a mano respuestas ingeniosas, no se le ocurrió nada en aquel momento que no fuera trivial, quizá a causa del cansancio del viaje.

—¿Has venido únicamente para vernos —le preguntó irónico José Souto cuando Lolita salió del comedor y se quedaron los dos solos— o es que te aburrías en Madrid?

—No consigo entender por qué tus colegas te llaman Holmes. Este mes tiene erre, y eso quiere decir que habrá buen marisco, ¿no? Me encantaría decirte que he venido por razones más personales y emotivas, como, por ejemplo, para verte, pero mentiría.

José Souto no lo tomaba en serio, pues sabía que en Madrid se podía encontrar tan buen marisco como en Galicia y que el hecho de que la única diferencia residiera en el precio no constituía un problema para su amigo. A Santos, por su parte, no se le pasó por la cabeza insinuar que se había interesado por el crimen de las dos señoras asesinadas. Consideró que sería de mal gusto hacerlo en su primer encuentro y que podría sentarle mal a su amigo, por eso decidió dejar aquel tema para otro momento.

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